Nací en el ochenta y tres

>> lunes, 12 de abril de 2010


Por Octavio Tomas



"Tu hermano nació en 1975, con River campeón después de 18 años; tu hermana, en 1978, con la Argentina campeón del mundo; tu otro hermano, en 1979, con el Sub-20 de Maradona y Ramón Díaz; vos naciste en el 83, con la democracia”. Cuando lo dijo, mi viejo puso énfasis en democracia. Fue didáctico: a un chico al que sólo le importaba el fútbol, la comparación hacía que la democracia se convirtiera en algo de lo cual valía la pena enorgullecerse. Y mi generación nació, se crió y vive con ese estigma. Somos la Generación D, la primera en la Argentina desde la sanción de la ley del voto secreto y obligatorio cuya vida no se vio atravesada por un golpe de Estado. Es el legado que nos dejaron y aún tratamos de descubrir qué hacer con él, porque lo que nos es legado, lo que nos es natural, no nos define.


¿Qué es lo que nos define? Cuando pensé en escribir este texto del 1º de abril, encontré la fecha perdida entre el primer aniversario de la muerte de Raúl Alfonsín y el del comienzo de la muerte de cientos de argentinos en Malvinas, con el adicional del recuerdo anual de la crucifixión de Jesús de Nazaret. Tres fechas sobre las cuales los nacidos en el 83 no tenemos nada nuevo para decir.


No elegimos a Alfonsín. Para los que no sacaron las cuentas, nuestra primera elección presidencial fue en la que resultó electo Néstor Kirchner, en 2003. En 2001, a nuestros 18, esa edad en la que todos te preguntan qué vas a hacer con tu futuro, qué vas a estudiar o de qué vas a vivir, el país explotó y nos dijeron que ya no se podía vivir de nada, que acá no valía la pena. Los que nos llevan un par de años se fueron en masa a Europa, nosotros nos quedamos a ver escapar a De la Rúa; a ver pasar a Puerta, Rodríguez Saá y Camaño; a ver quedarse a Duhalde, que había sido vice de Menem. Y entre uno que llegaba de la mano de Duhalde y el mismísimo Menem, tuvimos que elegir en nuestra primera votación: lindo debut el de la generación democrática.


Si no fuera por los ex combatientes que cruzamos en las calles a diario, un conflicto bélico con el Reino Unido nos resultaría el delirio más tremendo –¿acaso no lo fue?–. De guerra no entendemos nada y a los militares los conocemos por los libros y los diarios. El asesinato de Omar Octavio Carrasco, el último colimba, nos puso fuera de la órbita de las fuerzas armadas y nos hizo el favor de que el Estado no nos enseñara a manejar armas. Y de Jesús estamos tan lejos que ni vale la pena: fuimos, los de familia católica, los primeros para los que la comunión dejó de ser algo común.


En 1987 se aprobó la ley de divorcio y nosotros fuimos la primera generación de hijos de divorciados. Somos los últimos que jugaron en las calles del barrio, la generación que comenzó la mudanza de la pelota y las muñecas a la consola de videojuegos (del Family Game al Sega, el Nintendo común, el Super y la Play); somos los que no recuerdan haber visto “la mano de dios” en directo, a los que les quedó el fútbol argentino de exportación; somos los últimos en llamar a nuestras novias adolescentes por teléfono, sin mail ni mensajes de texto; somos los que no logran encender el televisor sin que aparezca la cabeza de Tinelli; OK Computer fue nuestro Sargent Pepper’s, pero somos también el rock chabón y los muertos de República Cromañón; somos aquellos a los que les inventaron estudios terciarios para cualquier cosa, pero los que no terminaron el secundario cuando el secundario es indispensable para cualquier cosa; somos los que en los próximos años impondremos el regreso de los 90, porque detestamos a los treintañeros y su “ataque ochentoso” de música fluorescente; somos los que se iniciaron profesionalmente con internet, sin convertibilidad y con la certeza de nunca poder comprarse un techo, los del alquiler eterno, los que creían que la inflación era un recuerdo de la infancia y los que viven con sus padres hasta edades indeseadas; somos también padres jóvenes y somos abortistas todavía ilegales.


Tenemos o estamos por cumplir 27 años –la edad de los muertos que llevamos en nuestras remeras: Morrison, Hendrix, Kurt, Janis– y sentimos que hicimos poco y nada. Dejamos de ser el futuro y miramos a las generaciones que nos siguen con preocupación, como viejos agobiados. Otra vez nos preguntan qué vamos a hacer con nuestras vidas, pero ya no en lo individual que aún intentamos resolver, sino como sociedad. ¿Qué va a hacer la Generación D, la de la democracia, el divorcio, la desocupación, el desencanto, la digitalización? ¿Qué vamos a hacer? Para empezar, intentar definirnos quizás pueda ayudar.


Nota publicada en el diario Crítica del 1ero de abril

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